Los 45 años del 3 de octubre de 1968 (I)
El 3 de octubre de 1968 desperté oyendo los gritos exaltados de mi padre que rugía diciendo que: había habido un golpe de Estado y quién le había el derecho a los militares para apoderarse del poder. Efectivamente las radios transmitían cada cierto rato el himno nacional y marchas militares, así como el comunicado de la Junta Militar de Gobierno, conformada por los comandantes generales de las tres armas que habían nombrado como presidente al general Juan Velasco Alvarado, que hasta ese día había sido el máximo jefe del Ejército.
La retórica de la revolución, y de la crítica a los partidos y al pasado vergonzoso representado por los gobiernos que se habían sucedido en el Perú, estaba desde el principio. Pero muy pocos creían que lo ocurrido pudiese pasar de un cuartelazo que instaura una dictadura violenta que busca sofocar la protesta social, perseguir a los izquierdistas y aliarse a los grupos tradicionales de poder.
En 1962 había habido otro golpe con el argumento del supuesto fraude electoral, a través del cual los militares de la época forzaron llegar a un escenario en el que Belaúnde, por entonces el candidato de las reformas, pudiese ganar la elección un año después. Ese golpismo tenía elementos nuevos que mucho no vieron: respondió con represión a las tomas de tierra en La Convención, pero luego de detenidos los dirigentes, entre ellos Hugo Blanco, decreto una reforma agraria en la zonal persiguió a la izquierda y encarceló a sus líderes pero favoreció a Acción Popular apoyado por varias organizaciones de la izquierda.
Fue contra ese Belaúnde que titubeó y se doblegó a la mayoría parlamentaria apro-odriísta, a la presión de los medios y a su propia ala derecha, que insurgieron nuevamente los uniformados, para cumplir lo que venía prometiéndose desde el nacimiento del APRA y la izquierda moderna: des-oligarquizar el Estado y la sociedad, generando nuevas formas de participación y poder; cambiar las relaciones internacionales, para construir un país con mayor autonomía; recuperar el petróleo y reorientar el uso de los recursos naturales para que contribuyan al desarrollo del país; hacer la reforma agraria democratizando la propiedad, reformar la empresa reconociendo mayores derechos a los trabajadores; impulsar la industria para el mercado interno, etc.
En un discurso que le escuché a Haya de la Torre, creo que en 76, resumió la línea de su partido en que lo hecho por los militares, era lo que ellos ya habían planteado hacía más de 40 años. Y sobre la marcha reclamó una constituyente para consolidar los cambios, lo que se produjo vario años después en medio de una enorme agitación social. Belaúnde por su parte, sólo vio que lo habían humillado, echándolo de poder, y por eso terminó confundiendo el 28 de julio de 1980, comienzo de su segundo gobierno con el 4 de octubre de 1968. Como si no hubiera pasado nada.
04.10.13
Los 45 años del 3 de octubre de 1968 (II)
A menos de una semana de la interrupción constitucional, el gobierno militar de Velasco cruzó la línea que nadie se atrevía a pasar. Fue cuando el 9 de octubre, el denominado día de la dignidad nacional, las tropas de Talara ingresaron a los campos petroleros e instalaciones de la IPC en el norte del país, cumpliendo una orden directa del presidente de la Junta Militar. El despliegue de hombres armados no sólo era una señal de decisión política para los expropiados, sino una movida dentro del propio gobierno, aún en formación, donde muchos de los ministros militares eran conservadores y hubieran preferido dilatar la solución al viejo problema del petróleo de la Brea y Pariñas.
En el Perú nadie discutía que el contrato por el cual la empresa norteamericana controlaba una provincia y las principales reservas petroleras era ilegal y una afrenta moral a la soberanía. Así lo había proclamado el Congreso, había sido posición histórica del APRA y fue punto central de la propuesta electoral de Belaúnde en 1963. Pero, una vez frente al problema los políticos titubeaban, buscaban arreglos. Y era normal que dentro de los generales y almirantes que derrocaron al arquitecto hubieran desacuerdos. Velasco se metió de frente en un conflicto con Washington, que aceleraría finalmente el proceso de reformas y nacionalizaciones, mientras imponía su liderazgo a sus colegas e iba preparando los elementos de su reemplazo, con el equipo de coroneles radicales que a fines de año se convertirían en generales.
Si mi padre había desatado su furia contra el golpe y sentido alguna nostalgia por la caída del belaúndismo del que fue un simpatizante desde lejos, la recuperación de Talara le cambió el rostro. Era poco después del mediodía cuando llegué a la casa y lo encontré radiante y desbordado mostrando imágenes que trasmitía la televisión en blanco y negro. En todo el país el sentimiento era igual. Parecía que nadie se oponía a la medida, como tampoco hubo quién hablara contra la reforma agraria y otras medidas importantes de la época. Si ahora hay los que escriben sobre esos "años nefastos", de los atropellos a la propiedad privada (refiriéndose a las nacionalizaciones y redistribución de la tierra) y de que los militares debían haber estado cuidando fronteras en vez de jugando a la justicia social, es exclusivamente porque el escenario se volteó completamente y el punto de quiebre fue otro golpe de Estado en 1992, el que no condenan por nefasto, y que hizo otra redistribución de la riqueza y del poder en sentido inverso al de 1968-1975.
Que la historia no debería avanzar con la fuerza de los tanques, es una verdad indiscutible. Pero en el Perú fue así como lo relatamos. Democracias débiles y acobardadas engendraron poderes fuertes e indiscutibles.
05.10.13
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